Mariola Agujetas
Estuve a punto de darme la vuelta en la puerta de su chalé de Majadahonda. “Por qué me habré metido en esto”, me repetía. Mi hermana y mis primas me esperaban dentro del coche, en la puerta. Me temblaba el cuerpo entero.
Tenía que hacer una entrevista para Redacción periodística en segundo de carrera. Me la concedió, en su Dacha. Quería conservar en la retina cada centímetro de su jardín, de su piscina vacía a la que arrojaba libros, de su casa en la que me recibió su mujer, María España, amabilísima y consciente de mi emoción y nerviosismo. Mis 18 años me delataban. Y apareció él, pasados unos minutos, altísimo, serio, impecable, con aquella voz. Intuyó, seguro al instante, que estaba ante una enamorada, hasta las trancas, de sus letras y me cuidó todo el rato.
Y yo me sentía como si estuviera ante Miguel Ángel, Picasso, García Lorca... porque lo es.
Su Olivetti, su cartón de Solan de Cabras, su sillón de Emmanuelle. Me hubiera quedado allí para siempre observándole en un rincón.
María España, fotógrafa profesional, nos hizo esta foto con mi Canon. De carrete, claro. Qué hubiera escrito él sobre el “selfie”.
Le seguí a todas partes. Guardo aún la pluma con la que me firmó un autógrafo, previo a esta entrevista, en el homenaje a Alberti por su 90 cumpleaños.
Acudí a un curso de verano de El Escorial, porque él era ponente. Le llevé una copia de esta foto y otra para que me la firmara. No me la dedicó simplemente, sino que me escribió una poesía que comenzaba:
“A Mariola, con el amor de una vida, con el fervor de una hora, con el fragor de una ninfa...”
Me guardo el resto de los dieciocho versos, que el revés de la foto de 18X24 le permitió escribir, para mí.
Mi nombre le hacía gracia: “Mariola Agujetas Agujetas, como periodista no puedes firmar así” me dijo. “Mariola, Mariola... ¡coño, como la nieta de Franco! Ella es Mariola Martínez-Bordiú. Tú serás Mariola Mariú”, sentenció.
La contracción de los apellidos de la nieta del Caudillo le parecieron mejor sonantes que los míos. Nunca he usado ese pseudónimo. Pero nadie me roba ese momento.
Francisco Umbral, inmortal y siempre con rosas.