Antonio J. Quesada
Cómo conocí a Francisco Umbral. No sabría decir exactamente cómo, pero tengo intuiciones sobre aquello (cada día presto más atención a las intuiciones que a las ideas elaboradas: nunca me fallaron las primeras, pero sí las segundas).
Pudo ser devorando esas columnas que obligaban a empezar la lectura del periódico por la última página. Después, en bastantes ocasiones de mi vida he cambiado el orden de los factores, luchando contra esa tendencia natural que los Doctores en Derecho traemos de fábrica, y que no sé si se basa en los principios orientadores de la Compilación Justinianea o en aquello del prior in tempore, potior in iure. Tenía una razón de peso: leer Literatura en prensa antes de repasar la “rabiosa actualidad” que, generalmente, ni era tan rabiosa ni solía merecer la pena. Desde la muerte de Umbral no leo más prensa que la deportiva.
Pudo ser leyendo alguno de sus libros y, entre sudor y temblores creativos, tomar conciencia de que necesitaba más de eso. Fui como un drogadicto de la calidad de página, gracias a Umbral: iba periódicamente al polígono (mi polígono tenía forma de librería o de biblioteca pública) para buscar más droga (libros de Umbral).
Lo que sí tengo claro es que, fuese como fuese, Umbral se convirtió en una orgía perpetua para mi paladar literario. Maestro. Aprendí que la palabra era un fin, que había que cuidarla y que debía aspirar a ser sublime sin interrupción, con ellas: la realidad no debería estropearme jamás una frase bien construida. La realidad: qué ordinariez.
Gocé como no he gozado con ningún otro autor y, como, además, uno le echaba afición a eso de escribir (como esos espontáneos que se tiraban a las plazas de toros para dar unos pases y lograr arrancar del público algunas palmas), aprendí mucho de él (aunque nunca llegué a nada, pero esto es otro tema). Hubo una época en la que fui columnista de prensa, y mi modelo siempre fue Umbral. También González-Ruano y mi paisano Alcántara, pero… creo que nos entendemos. Maestro Umbral, siempre. Siempre su modo de ser y de estar como horizonte: nunca tocarás el horizonte, pero dirigirás tus pasos en la dirección correcta, y eso es lo acertado. Ya sabemos cómo funciona el horizonte. Mi Café Gijón podía ubicarse casi en cualquier parte.
Cómo conocí a Francisco Umbral. No sabría decir exactamente cómo, pero tengo intuiciones sobre aquello, sí. De cuando encontré a un Maestro al que nunca conocí en persona