Artículos Francisco Umbral

Los alabarderos


El órgano de catedral se sumerge en las profundidades musicales de lo religioso. Rouco Varela decora su escasa persona con viejos oros arzobispales. En la calle, la ingencia del pueblo madrileño arropada en la llovizna gris. Los automóviles, los autocares, los vehículos, pasan las lanzas de Palacio con fluidez también un poco musical. En el interior de la gran nave una sociedad ilustrada de lujos encuentra lo que venía buscando: se encuentra a sí misma. Es la boda de Doña Letizia. Todo es lento, ritual, denso, bajo una luz de oro, incienso y mirra. El naipe monárquico va pasando ante nuestros ojos. Los reyes, las princesas y uno diría que incluso los bufones. Suena misa solemne en una catedral que ha oído tantas. A la hora de la comunión, lo primero se la dan a los príncipes, y luego a un general. Comulgan Luis María Ansón y el modisto Pertegaz.Francisco Ayala, con noventa y tantos, se abstiene. Los republicanos no comulgan, aunque yo estoy tentado de pedir el sacramento para que me den un trozo de pan, porque apenas he desayunado. Plácido Domingo está en su desfiladero decidido a saludar a todo el teatro. No parece que la orquesta del altar le arrebate. El Cristo de los cardos, que iba a presidirlo todo, ha sido sustituido por un Crucificado en escultura. Estoy entre Botín y Moneo, entre la vieja acuñación romana y la joven geometría cúbica y cubista del arquitecto. La mujer de Botín, a la que apenas conocía, es una mujer leve, bella, silente, exquisita, gentil. El pueblo nos ha aplaudido a la entrada y a la salida. El pueblo de Madrid ama a sus famosos, como que Madrid los ha forjado. Mucha aristocracia, como un mundo de Guermantes pasado por Visconti. Muy pocos intelectuales: García de la Concha, Bousoño, Muñoz Molina, Gala, Cándido, PérezReverte y poco más. Los intelectuales tampoco comulgan. Carlos de Inglaterra. En todo el trayecto he visto, a caballo y a pie, muchos guardias y alabarderos jóvenes y guapos. ¿Estarán empezando a gustarme a mí los alabarderos? Me acerco un poco y son alabarderos femeninos. Qué alivio. Al salir al bellísimo patio del almuerzo, Pertegaz se me echa a los pies con las manos cruzadas para llamarme maestro, pero yo nunca he diseñado ni unas sencillas enaguas. ¿Cuál es el sentido un poco abultado de esta populosa ceremonia? Uno cree que el amor de dos jóvenes ha devenido en respuesta de la monarquía española a los nacionalismos periféricos. España es el problema y Madrid es la solución. Madrid no ha necesitado muchas banderas para asumir la unidad de los españoles y el entusiasmo democrático y popular por el ascenso de una menestrala televisiva a los cielos heráldicos de España. Letizia es al mismo tiempo ruptura y continuidad. Ha elegido bien el Príncipe. Mariano Rajoy, Vargas Llosa, Tessa de Baviera, Beatriz Orleans, Agatha Ruiz de la Prada con una media de cada color, Loyola de Palacio, Inés Oriol. Salgo de allí dulcemente cansado, me manda besos Cayetana de Alba. En la puerta le digo al Rey que no sólo hemos casado a unos chicos, sino que hemos pasado una hoja de la Historia. Esto de la hoja es un tópico pero también hay que saber terminar con un tópico.

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