Artículos Francisco Umbral

Montesquieu


Fue un buen conservador, un alma de leontina, y llevaba las leyes legibles en el chaleco. «Espíritu de las leyes», ley democrática de los espíritus. Fue un buen burgués con la cabeza clara, un buen conservador que supo siempre conservar lo eterno, el instinto tribal de la Justicia pasado por los salones, cornucopias y lupas, gusano lúcido de la letra pequeña. Cabeza clara y soleada, leamos a Montesquieu, he aquí la división de los poderes, qué tres peldaños de una democracia. Hemiciclo que fabrica las leyes, gran fragua de lo justo, astilleros intelectuales de donde zarpan las afiladas naves de la idea. Gobiernos elegidos, los hombres responsables, los que bautizan cada nave con un vaso de agua, muy serenos, policía mental y democrática. Y el Poder Judicial, justicia en acto, el instinto tribal de la Justicia hablando por la boca sentenciosa de un anciano de alma, hoy hombre joven. Entre el oráculo y el fusilamiento, Montesquieu para desmentir oráculos, para descargar fusiles. Su idea del mundo, su visión del mundo, era, ya digo, como una leontina. Antañazo se habló de sepultarle, a Montesquieu. Pero no es fácil. Pasaron los enterradores, como tropa, y Montesquieu se volvía a la urbe. Zarzalejos escribe hoy en ABC: «La necrológica de Montesquieu sólo fue el prólogo de la politización de la Justicia conforme a cánones de poder -no jurisdiccionales- que se ha tornado en judicialización de la política, a modo de contrapoder extramuros del Parlamento». En un sentido o en otro, lo que pasa es que el poder político y judicial se han embarullado, han dormido juntos alguna noche de luna carcelaria, y están teniendo malos sueños porque todo lo que tramitan de día se les vuelve pesadilla de noche, como se ha sabido ahora que les ocurre a los ratones. Un abogado no es sino un ratón que realiza con puñetas y por puñetas lo que no se le ha logrado durante la noche. El gran mal de Occidente es hoy el comercio Justicia/Poder, que se están metiendo mano continuamente, y esta concupiscencia tiene en España, como país zarzuelero, nieto de la ópera bufa, caracteres cómicos y abusivos, un tanto confusionarios, en que los pícaros de Fernán-Gómez hincan la basta todos los días, de modo que con cuatro jueces blandulones y cinco políticos entreguistas (de los que aún no ha podido fumigar Zapatero) te haces el dueño del país y montas el cirio contra los obreros, contra los balseros, contra los periodistas y contra los que van de gola, que no de gala. En esto ha parado aquella Justicia de la Inquisición donde se quemaba a las brujas más por guapas que por brujas, pero se puso España en orden, qué coño. El nudo Justicia/Política lo dejó Felipe Glez. atado y bien atado, y menos mal que ahora ha venido un socialista joven con ganas de gobernar limpio, si le dejan. Con su damasquinado adolescente puede cortar ese gordiano y hacer que los abogados y los políticos dejen de darse cita en los servicios públicos del Retiro, que hace feo. También Aznar está poniendo voluntad en esto, pero Aznar es rehén de «la herencia recibida» y primero tiene que volar de sí ese moscón hamletiano que es la sombra del padre de la cosa, el que se compró la Ley a peso, o sea Glez.

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